XXV

El arte de la fotografía no es una actividad que prime a la persona por encima de todo, se centre en el punto de vista humano, ya sea en la materialidad de la obra o la expresión de un supuesto sujeto, al contrario, el fotógrafo piensa en todo excepto en sí mismo, manifiesta una devoción, una entrega al mundo sin reservas. Así es cómo VE. La IMAGEN no es sino el resultado de este desapego de la imagen. La generalización actual de la fotografía a todos los niveles y escalas sociales, la multiplicación del registro de imágenes, ha provocado el efecto contrario: todos piensan en sí mismos antes que en el mundo, en consecuencia, la imagen se valora en sumo grado. El tema u objeto fotografiado es lo de menos, un mero medio reemplazable, lo realmente importante es la fotografía como vehículo de un sujeto que busca reconocimiento, al que nada importa excepto la promoción personal, la aceptación, elevación o integración en uno u otro círculo, cuanto más prestigioso mejor, en las imaginarias escalas jerárquicas que miden el éxito social, la valía personal. La lucha por el reconocimiento se ha trasladado a las imágenes. Tanto ves; tanto vales. En el fondo, el sujeto sólo se retrata a sí mismo, una larga retahíla de autorretratos en el peor sentido de la palabra. Todas y cada una de las imágenes responden a una necesidad, están dispuestas para que el espectador vea (el) quién y no (el) qué. Es una visión utilitaria, interesada de la fotografía. El hombre de la cámara ya no es una excepción, se ha convertido en una necesidad colectiva, en USO social, capitaliza una buena parte del tiempo de la vida diaria de todo individuo. No estamos ante un refinamiento estético ni una nueva etapa del arte; dado que el sujeto ES la imagen, el centro de interés virtual de la imagen, en la práctica supone un empobrecimiento del mundo, una veladura, una pérdida de sensibilidad. Sólo vemos a los otros, los unos a los otros, sin nunca ver nada fuera de nosotros mismos. El mundo se ha petrificado en una visión subjetiva, es una estatua de sal que, al contrario que las páginas bíblicas, no es el resultado de ver lo inimaginable, sino el producto de una humanidad entregada a mirarse al espejo. Sólo el desinterés por la imagen, la imagen desinteresada, salvará el apego por el mundo.