XXIV

El genio maligno de la técnica todavía no se había revelado, permanecía en las sombras, en la época de la Revolución industrial, donde el aprendizaje y el uso de la maquinaria, los utensilios, estaba renumerado, tomaba la forma del salario; en la actualidad, cuando la diferencia del ocio y del negocio, del trabajo y el tiempo libre, se desdibuja, aparece con total claridad como una forma de servidumbre voluntaria. El usuario es un siervo sujeto a un aprendizaje interminable, a un trabajo no remunerado que se confunde con la vida, obligado a aprender, a saber manejar, practicar y usar asiduamente una infinidad de dispositivos, siempre cambiantes. Esta extensión planetaria del dominio no hubiera sido posible sin la digitalización, el código binario aplicado a todo tipo de objetos y actividades. Un caso ejemplar al respecto son el éxito de las cámaras digitales. En revancha, el sujeto siervo, que acumula en virtud de su sumisión, dosis crecientes de resentimiento y frustración, sumadas a las connaturales a su estado, necesita una salida, una compensación, proyecta todo este malestar interno a través del objetivo de la cámara, hacia el exterior, como una forma de poder sobre el mundo. El esclavo, preso de la desesperación, equilibra su balanza interna mediante la esclavitud virtual del mundo que le rodea, intenta ponerlo a su servicio. La fotografía aparece entonces como un acto de venganza, de humillación, la peculiar forma en que los siervos, por voluntad propia, crean su propia parcela de dominio, su dominio personal. En lugar de utilizar el mundo para aprender y mejorar, igualan el exterior con el interior; el sujeto degradado no puede sino degradar para su disfrute el objeto. Mirada sin miramientos que se cree en el derecho de registrarlo todo. El mundo le debe algo; el pago serán las imágenes arrancadas del mundo, robo imaginario que colma su deseo de venganza. Deseo profundo de que lo de afuera sea como lo de adentro, esté en la misma situación, igual de mal, mancillado, carente de vida. El usuario de la cámara cree que el mundo no es mejor que él, y piensa demostrarlo. Todo ha de quedar al mismo nivel en una búsqueda continua de la imagen que queda por tomar, por controlar. Nada se escapa a su mirada escrutadora. Al final el mundo entero será esclavo de sí mismo, retratado hasta la saciedad. Fase oral, devoradora, de la imagen. VER es COMER.