XIX

Un automatismo programable aborta la línea temporal antes de que dé inicio. No sólo es una forma de matar el tiempo, sino que elimina a priori la posibilidad de la temporalidad, la sustituye por un proceso de datos abstracto. El horizonte de los acontecimientos, difuso, imprevisible, irrepetible e inaccesible, es todo lo contrario a un automatismo, es el tiempo en libertad, en estado puro, no sabe de aplicaciones y desconoce las tareas, los trabajos a ejecutar. Es un destino inejecutable e improgramable. Cuando la aplicación es lo único que pasa, nada pasa en realidad, todo se detiene, el panorama aparece vacío de acontecimientos, el tiempo se acumula, como un desecho, sin generar instantes privilegiados. Proceso desustanciado como identidad absoluta del What´s up con el WhatsApp. La máquina toma el control. El precio que hay que pagar por la accesibilidad y la previsibilidad de la aplicación, del trabajo programado, la diversión asistida, es la desaparición del tiempo estelar, fulminante, la pérdida del éxtasis como salida de uno mismo y la condena a un automatismo que renueva la identidad, y sella las entradas y las salidas, con una identidad mecánica añadida. El júbilo deja lugar a una apatía ocupada, frenética; el entretenimiento sustituye al tiempo de la vida, al devenir del mundo.