XV

Las balas son los exponentes perfectos de una época deudora de la mecánica newtoniana. El choque, la explosión, la ignición, la expulsión de gases, el giro de la bala en el interior del cañón en el sentido del reloj, gracias a las rayas helicoidales, que proporcionan estabilidad y disminuyen el rozamiento para conseguir precisión, y la trayectoria final alcanzada, ejemplifican paso a paso lo esencial de la mecánica. Cada bala es una unidad de conocimiento. Propiamente hablando, la bala es sólo el proyectil y el cartucho es el conjunto formado por el fulminante, la vaina y la bala. Los gases de la combustión de la pólvora son los que empujan a la bala; la pólvora no explosiona, se quema. Este núcleo del saber decimonónico tendría en la actualidad su equivalente paródico en un objeto mucho más inmaterial: el bit, la unidad mínima de información, como punto vital, nodo de entrecruzamiento de las disciplinas y las diversas áreas del saber, esquematismo último que cierra la totalidad del espacio técnico y científico. El peligro en este caso no reside en su elevada tasa de mortalidad, sino precisamente en que no mata, pero se extiende y ocupa todo el espacio a su alcance, parece tener por último objetivo, de ahí su naturaleza viral, reproducirse a sí mismo al infinito y relegar las formas de vida a un carácter suplementario, una zona periférica al procesamiento de la información. De la bala al bit, del proyectil mecánico al proyectil binario, se efectúa el paso de las heridas de bala y el goteo de la sangre, al zumbido incesante de las máquinas y el flujo de los datos.